miércoles, 2 de noviembre de 2011

El timón del gran barco de vapor.


Queridos lectores,
Ya pasó muchísimo tiempo desde que escribí en este blog, bla, bla, bla...lo típico; ya saben. Y de verdad les ofrezco una sincera disculpa. Trataré -bla, bla, bla-, de escribir entradas más a menudo, pero es que si supieran cuantos cambios ha tenido mi existencia, wao, para qué les cuento. Además, cuando uno está tan feliz, desea prolongar esa felicidad, que hasta se olvida uno de ciertos asuntillos. Y de escribir sobre las paupérrimas personas de este mundo ya ni se antoja, así que mejor me he concentrado en una novela. Sí: ya he terminado completamente mi primera novela titulada "La fuente roja", y con esto, siento que doy un gran paso hacia el amplísimo universo de la literatura. Es como si hubiera procreado a un hijo al que tanto quiero, pero del que me tengo que alejar por un momento, porque ya ha crecido, incluso, se ha ido, para irse en busca de lo que ellos encontraron.

E insisto, cuando uno está feliz, ni dan ganas de escribir, ni de hablar ni de nada, más de seguir siendo feliz. Escucho entre unas suaves cuerdas y tamboriles a la más pura trova:

Hoy me vino la gana, que no las musas
hoy no tengo pretextos ni disculpa para cantarte a ti
para escribirte un verso y descolgarte desde aquí
hasta las ganas de la mañana ya por venir.

Hoy primero del segundo del año
mientras esta mujer rompe el espacio para inventarse al fin
para mirarla toda en el silencio y de perfil
tomo sus manos como escenario para existir.

Y es que no importa que digan
que está trillado
hablar de amor que maldigan
si no han probado
la noche en sus brazos de sol.

Se detiene el reloj sobre nosotros
caen las diez que resbalan por sus hombros y se cuela la luz
que se enreda en tu pelo pero la liberas tú
oro y diamante por un instante de tono azul.*

Realmente, he comprobado, (imagínense, un aspie diciendo esto), que a veces los cambios son buenos, sanos y en ocasiones, necesarios. Y en efecto: ya era necesario un cambio en mi vida. Requería tomar las riendas de mi timón e irme navegando por el sinuoso mar. Ese lugar en el que no te puedes anteponer a las situaciones porque en un segundo la situación gira 360° y aquí lo imperativo es encontrar una rápida solución o respuesta, porque la vida sigue y no se detiene; me he dado cuenta.
La canción de más arriba la escuché la noche del domingo mientras nos veníamos (mi tía, mi abue y yo) de la Álvaro Obregón para la casa sumidos en la paz más embriagante que haya sentido en los últimos meses. Sí, ya tengo tía; y otra abue, la mamá de mi papá. Los he conocido porque me vine a vivir a la capital para estudiar lo que más amo en la vida, porque es tan infinito como el extenso cielo y la imaginación: la literatura. Estudio la Licenciatura en Creación Literaria en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, y déjenme decirles que por momentos, me siento como Billy Elliot entrando a la Royal Ballet School. En fin, yo y mis patologías.
Estudiar Creación Literaria y ejercer Enfermería me hace sentir la persona con más dicha sobre la tierra; mis pacientes salen adelante, las enfermeras me dan ánimos de seguir adelante (la mayoría de ellas, claro está), y el hecho de desenvolverme tan fluidamente en el área hospitalaria me llega a sorprender, y digo: ¿cómo hice eso?... "Que la emergencia no les gane", nos decía David, jefe de PC, antes de salir a alguna emergencia prehospitalaria. Segurito que eso se me quedó tatuado, y yo que ni cuenta me di.
Aquí brilla otra(s) personita(s) más en mi pedacito de cielo: David..., David y el Equipo de Protección Civil (cási todo, está claro) porque en el momento en el que no tuve para donde jalar, y que mi genealogía se mostró de hombros encogidos y ojos ciegos, ahí estuvieron: apoyo moral, económico, sentimental; apoyo, a fin de cuentas. Y eso, lo atesoro tan adentro de mi ser, que me da miedo que en cierto punto, de lo profundo que está, se me vaya a perder.
Tres meses y dos semanas viviendo en la capital de las noches sin estrellas, porque el smog parece salir transpirado de las callezuelas que como grandes arterias, iluminan el valle citadino. Sigo vivo, respirando, mi corazón palpita y tengo a mi alrededor a personas que nunca me imaginé conocer. La otra familia, decía yo. Los que viven por allá y que no conozco, pensaba. ¡Cuán errado estaba al imaginarme que moriría sin saber mi origen paterno! Hasta risa me da el hecho de pensarlo de nuevo. Pero eso ya se ha quedado en el pasado.

Por fin conocí a la escritora sonorense Eve Gil. Me la imaginaba un poco más bajita, y cuando me paré frente a ella dije: madre mía, pero si es altísima. Obviamente cabe señalar que soy un vil pitufo de uno sesenta y dos, ni más ni menos. A Eve la acompañaba su esposo, el poeta Ramón I. Martínez y su hija, Murasaki, a quien por alguna extraña razón, identifiqué  como tal. Un amplio séquito le hacía guardia mientras firmaba libros, y me llegó el turno de la fila en posar frente a ella. "Soy José", le dije, y de inmediato sacó un ejemplar de Tinta Violeta, lo firmó con su letra de médico consumado y me lo entregó. De nervios me temblaban las manos...
Ese mismo día, unos minutos después de que la presentación de Tinta Violeta hubiera terminado, reconocí a otra grandiosa escritora, (aunque ella diga que no, yo digo que sí) Judith Castañeda Sauri, quien también me regaló un ejemplar de su libro Aire Negro a lo que siguió su autografo (sí, no le han venido a jalar las patas) y a un episodio de grandes abrazos. Nunca antes (bueno, con mi amigo Irving sí) había sentido un abrazo tan afectuoso que hasta ganas de abrazarla me dieron otra vez.

¡Tantas, pero tantas cosas de las que podría hablar! Sin embargo, mi blog no sería suficiente para eso. Pero lectores, sigo vivo, y pronto, muy pronto, sabrán algo más de mi.

Salud y Prosperidad...
*Canción: Brazos de Sol, de Alejandro Filio.  

1 comentario:

  1. Compatriota,

    enterado estoy de tu blog, cuya última entrada he leído sorprendido por tu entusiasmpo por la universidad, tus escritores tutelares y la relación que mantienes con tus seguidores.
    Un barazo,

    ResponderEliminar