miércoles, 9 de noviembre de 2011

Ulterior

Hoy comprendí algo realmente sorprendente y revelador.

Fue mientras leía la parte final de la novela "Tinta Violeta" de Eve Gil. Lágrimas que acudieron al instante sin siquiera dudar del tiempo y espacio. Escurrieron impetuosas, largas, finas y delgadas como hebras de lana deshilvanándose, dejándose llevar por la suavidad de una vetusta rueca. Leía, releía ese párrafo que terminó por desgarrarme a un personaje que ya consideraba como algo indispensable en la trama del libro: Kazuyo. Kazuyo muerta. La imagen de su semblante estático, como hecho de una cera especial que no se corrompe; quizá sus ojos están abiertos, mirando las estrellas de esa noche estrujada por las garras de Izanami. Y ya no despierta, ni siquiera el vientecillo aduraznado le devuelve el color de su piel mexicana; ya no despierta: está muerta, muerta, muerta. Duerme plácidamente.

Kazuyo...

Y Cho no le dijo que la amaba. ¿Por qué? Porque esta cruenta sociedad colocó el protocolo, y la princesa no puede amar a su doncella, a su aya, aunque la ame sobre todas las demás cosas. Aunque lo sienta. Y ahora, ya no está.

Kazuyo...

Esta sociedad, este cúmulo de personas que nos rodea tiene esa gran manía de escindir nuestros actos en buenos y malos, en los que están moralmente bien vistos y en los que es preciso escupir con todo nuestro fervor de buena persona. ¿Hasta dónde debemos de llegar? ¿A dónde nos dirigimos con esto? ¿Llegaremos un día a el tiempo en el que hasta el amor sea prohibido, mal visto? Es posible, por como están las cosas, es muy posible. Entonces amor será la estela distante que alguna vez nutrió los corazones del mundo, y que a esos días, yacerá enfrascado en algún búnker oculto bajo cien capas de piedras y lodo, odio y venganza.

¡No! No quiero que suceda eso, mil veces morir antes que ver ese apocalipsis.
¡No! Yo no quiero perder a alguien sin antes haberle dicho lo que sentía por esa persona.
¡No! Me niego a formar parte de las huestes que buscan hacer del hombre una máquina, mano de obra que no requiere aceite ni alineación de ejes o cromado de rieles.

¿Por qué vivir la vida que otros quieren que vivamos?
¿A quién tratamos de complacer exactamente?
¿A nuestra mamá o papá?
¿A nuestra religión?
¿Al Dios eterno?

¡NO! Yo quiero ser feliz, porque así lo deseo. Porque es MI vida, enteramente mía. Y si no tengo una escritura de ello es porque este mundo moralista nos une con un cordón umbilical transparente a los hilos de marioneta de nuestros padres, de nuestras familias. ¡Que somos de ellos cuando no es así! En ese caso, ¿necesitaríamos acaso de raciocinio? ¿De capacidad de pensar?

Entonces..., ¿entonces qué?

Entonces haz lo que quieras, sonríe, come pan, siente culpa, come pan otra vez y haz ejercicio. ¡Mastúrbate! Mira películas a media noche, cuídate, corre, has tarea, estudia, acaricia un gato o un perro, ayuda a quien te necesita, ama. ¡Ama hasta que duela!, como decía la Madre Teresa de Calcuta. ¡Hasta que duela, hasta que cale!

¿En alguna de estas acciones le haces daño a alguien?
No lo creo.

Citando sabias palabras:
“Nunca tengáis miedo de defender que tenéis razón incluso si vuestro adversario es vuestro padre, vuestra pareja, vuestro profesor, vuestro político, vuestro predicador, o hasta vuestro Dios”

Juan Pablo I


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