miércoles, 1 de febrero de 2012

Meditando en Murakami - [Y de que me acordé de cierta grilla social descrita en rojo]


Haruki Murakami y gato que habla. 
...Sólo que ya estoy más que harto de la gente sin imaginación. De ese tipo de gente que T.S. Eliot llama «hombres huecos»*. Personas que suplen su falta de imaginación, esa parte vacía, con filfa insensible y que van por el mundo sin percatarse de ello. Personas que intentan imponer a la fuerza a los demás esa insensibilidad soltando, una tras otra, palabras huecas. Personas, en definitiva, como esa pareja de antes. —Ôshima suspira y hace girar entre sus dedos el largo lápiz—. Sean gays, lesbianas, heterosexuales, feministas, cerdos fascistas, comunistas, Hare Krishnas. A mí tanto me da. A mí no me importa la bandera que enarbolen. Lo que yo no puedo soportar es a esos tipos huecos. Y cuando se me pone uno delante no me puedo aguantar. Acabo soltando más cosas de la cuenta. Antes, por ejemplo, hubiera podido dejar que hablasen. O llamar a la señora Saeki y permitir que ella se encargara del asunto. Ella lo hubiera solucionado con cuatro sonrisas. Pero yo soy incapaz de hacerlo. Acabo diciendo cosas que no debería decir, haciendo cosas que no debería hacer. No puedo controlarme. Ése es mi punto débil. ¿Y sabes por qué?
—¿Porque si te tomaras en serio a cada una de las personas sin imaginación que se te pusieran delante no darías abasto? —pregunto.
—Exacto —dice Ôshima. Y con la goma del lápiz se aprieta suavemente la sien—. En realidad, es eso. Pero quiero que recuerdes una cosa, Kafka Tamura. Y es que los que mataron al novio de adolescencia de la señora Saeki no fueron otros que esa clase de sujetos. Sujetos estrechos de miras, intolerantes y sin imaginación. Tesis desconectadas de la realidad, terminología vacía, ideales usurpados, sistemas inflexibles. Son estas cosas las que a mí, realmente, me dan miedo. Son estas cosas las que yo temo y odio con todo mi corazón. Es importante saber qué es correcto y qué no lo es, por supuesto. Sin embargo, los errores de juicio personales pueden corregirse en la mayoría de los casos. Si uno tiene la valentía de reconocer su error, las cosas, generalmente, se pueden arreglar. Pero la estrechez de miras y la intolerancia de la gente sin imaginación son igual que parásitos. Provocan cambios en el cuerpo que les acoge y, mudando de forma, se reproducen hasta el infinito. Y eso no hay manera de detenerlo. Y yo, semejantes sujetos, no quiero que entren aquí. —Ôshima señala las estanterías con la punta del lápiz. Se refería, por supuesto, a la totalidad de la biblioteca—. Yo no puedo tomarme a risa a gente como ésa.”**

*T.S. Eliot: «The Hollow Men», en La tierra baldía – Cuatro cuartetos – Y otros poemas. Traducción de Juan Malpartida y Jordi Doce. Círculo de Lectores, S.A., Barcelona, 2001. (N. de la T.)
** Murakami, Haruki: «Kafka en la Orilla». Traducción del japonés de Lourdes Porta, MAXI TusQuets Editores, México, 2002, pp. 281 – 282.  

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