martes, 28 de febrero de 2012

Buenas noches, señor fantasma...


El fantasma... sí: el fantasma; este ser espectral e invisible, causa de espantos y desmayos, de mitos y leyendas, y de un desarrollo impresionante de la literatura inglesa, en donde su ícono aterrador es tomado por muchos autores: A. C. Doyle, Mary Elizabeth Wilkins Freeman, Amelia B. Edwards, H.G. Wells, William Wymark Jacobs, y por supuesto, Oscar Wilde; sin embargo, este último, dublinés de nacimiento y esteta hasta su muerte, no abordó el espectro del fantasma como los otros escritores; es decir, no quiso temerle y aullar ante su presencia, sino tomarlo como un referente de lo antiguo, saludarlo  como a un buen vecino y hasta jugar con él... así se concibió “El Fantasma de Canterville”, un cuento publicado en 1887, años en los que en autor comenzaba a rozar los linderos de su apogeo, el cual, a toda plenitud, llegaría en 1891, fecha de publicación de “El Retrato de Dorian Gray”; pero vamos, esto ya es divagar en la historia...
Concretamente, El Fantasma de Canterville es un cuento sencillo que narra la llegada de una familia de la aristocracia norteamericana a la Inglaterra victoriana. Hiriam B. Otis, padre de familia, hubo comprado a Lord Canterville su castillo del que huye, presa del temor al fantasma que ronda la casa y del cual, advierte a su comprador. 
Hasta el mismo lord Canterville, como hombre de la más escrupulosa honradez, se creyó en el deber de participárselo al señor Otis cuando llegaron a discutir las condiciones.”
Ningún caso hace Mr. Otis a los avisos de lord Canterville y más temprano que tarde se va a vivir al susodicho lugar en compañía de su esposa, Mrs. Otis, mujer tan insulsa como lo es su cabello rubio; Washington, hijo de las astutas predilecciones de Norteamérica; Virginia, doncella tan pura y clara como una aurora de cielo cristalino; y los gemelos, Franjas y Estrellas... ¿el qué?, ¡qué más da!; ellos, la parte cómica del bagaje de personajes son el reflejo del nacionalismo americano consistente en burlar lo vetusto. Cosa interesante, el Castillo, como todo lo que en su interior yace, es tan viejo que incontables son las leyendas propiciadas por el fantasma en el discurrir de tres siglos aterrados.
 “Es sangre de lady Leonor de Canterville, que fue muerta en ese mismo sitio por su propio marido, Simón de Canterville, en mil quinientos sesenta y cinco.”
Simón de Canterville desapareció en circunstancias desconocidas. De lo que se recuerda por aquellos años, es que el fantasma comenzó a rondar por las estancias y pasillos del castillo. Y como habría de suponerse, Simón de Canterville, por matar a su esposa, estaba condenado a no dormir ni comer ya nunca jamás. Como todo un fantasma, su deber era espantar, y con loables éxitos infartó a dos que tres lores, he de suponer, por tres siglos. Ya que llegaban los Otis se preparó con grilletes y voz de ultratumba. Tristemente no los espantó, a la hora de la treta, sino molestó y hastió a toda la familia. Y bien sabía él que en la concepción de espantar y molestar había mucha diferencia. Si no espantaba ya, ¿qué caso tenía ser un fantasma? La ley de la vida cuenta que todo llega a su fin, y esta sentencia supuso que algún día los grilletes de Simón, el fantasma, fueran a descansar en otra parte,  ya sin hacer ruido. Así fue...
“-Mi distinguido señor -dijo el señor Otis-, permítame que le ruegue vivamente que se engrase esas cadenas. Le he traído para ello una botella de "Engrasador Tammany-Sol-Levante". Dicen que una sola untura es eficacísima, y en la etiqueta hay varios certificados de nuestros agoreros nativos más ilustres, que dan fe de ello. Voy a dejársela aquí, al lado de las mecedoras, y tendré un verdadero placer en proporcionarle más, si así lo desea.”
Indignado y triste, y al mismo tiempo, harto y vengativo, insistió en recrear sus mejores hazañas de espanto. Ninguna daba resultado. Todo le salía mal. Aquella familia estadounidense no tenía la sensibilidad para asustarse. Tenían por un simple ornato al fantasma, a quien hubieran podido llevar a espectáculos y ganar cientos de dólares por ello. Sintiéndose abatido y preguntándose de qué habían servido todos esos años de perfeccionar y perfeccionar sus espantos y trucos de artimaña si, ahora, nadie gritaría, ni se pondría pálido ni brincaría entre pesadillas, traumado por el jinete sin cabeza o el panteonero de la pala. Sintióse como una basura, y como tal, fue a refugiarse en su bodega. 
Y de pronto asomó por un recoveco la luz. Estaba el fantasma terriblemente abatido. Así lo encontró Virginia, la bella y noble, y se compadeció de él... hablaron sobre lo difícil de no dormir ni comer, de lo malo que fue el homicidio de su esposa, de que Dios lo había castigado, y que para morir, y descansar, tenía que perdonarlo. Luego se disculpó Virginia por su familia insensata.
El pecador merece su redención, y el fantasma era un pecador, sin duda alguna. Los hermanos de su esposa lo habían recluido en una bodega; la luz del sol jamás tocaría sus pupilas otra vez. Sólo la intercesión de un alma pura, llena de amor y bondad podría ayudarle a llegar al jardín de la muerte... y dormir eternamente: descansar del pesar de varios siglos a duermevela. Sólo el amor era más fuerte que la vida y la muerte. 

“-¡Caramba! -exclamó de pronto uno de los gemelos, que había ido a mirar por la ventanita, queriendo adivinar de qué lado del edificio caía aquella habitación-¡Caramba! El antiguo almendro, que estaba seco, ha florecido. Se ven admirablemente las hojas a la luz de la luna.
“-¡Dios lo ha perdonado! -dijo gravemente Virginia, levantándose. Y un magnífico resplandor parecía iluminar su rostro.”
El Fantasma de Canterville, una historia que no sorprende por su sencillez, sino por su profunda evocación de lo hermoso y lo bello. Una crítica que se adhiere a los contornos del choque de dos culturas contrapuestas. En un lado, Inglaterra y del otro, América. La insensibilidad de los estadounidenses, su materialismo insistido y la marca profunda de renegar de lo vetusto e histórico: lo solemnemente guardado por las costumbres y modales se velan tras los rostros de la familia Otis. Pero no es sólo esto, como he insistido, sino también este detalle delicado que nos dice que el amor es universal, y que tiene una fuerza aún más poderosa que la muerte, y si domina la muerte, domina también a la vida. He aquí la convicción juvenil de Oscar Wilde que hubo de marcar toda su obra, a la par de lo hermoso y estético. Es claro por qué este cuento es considerado un pilar fundamental a la hora de estudiar no sólo la literatura inglesa, ni la universal, sino la sencillez de comprender la hermosura de lo hermosamente humano. 


Oscar Wilde (2006). El fantasma de Canterville y otros cuentos. Bogotá: Editorial Norma.

lunes, 27 de febrero de 2012

Electroabrazograma.

Hug-me pillow
Humana, la plantilla que toma tu deseo
cuando mi voz se pierde tras el roce
de aquellas insinuaciones de hielo
que congelan nuestras mentes
bien queridas por un beso
que nunca existió.

Severa, la mano que ahoga mi abrazo
atinado en tu vientre solaceo
cuando tu calor es ido
por una imagen
benévola.

Triste, la distancia que nos parte
tras la promesa de hallarnos
abrigados con el calor y
fuego de nuestra piel
que se atrae,
sin duda.

Insulsa, la risa que brota de tu
garganta atropellada dos, tres
veces en una misma plática
sin sabor ni dulzura,
esta dulzura que
deseo poseer
una noche.

Taciturna, la forma en que tus
brazos abren y cierran
como si una flor
solar fuera?

Presa, la palabra del corazón tuyo que
quiere ser exprimido hasta el
hastío eterno; hemorragia
de semillas candentes
y procreadoras;
tu vida.
                       
Inodora, tu piel de cera, plástica
y, tan efímera como ardiente que
lástima me da el desperdiciar
tu polvo de estrellas que
dejas al pasar, como
un fantasma blanco
de hospital.

Heme aquí, suerte cruel e inhumana.
¿estás viva o estás muerta?
Te estoy hablando, y tú
no contestas... dime
¿Por qué no lo
Haces jamás?

¿Por qué aturdes mi visión defectuosa?
¿Por qué aturdes mi ser?
¿Por qué aturdes mi
vida acaecida en
una vil y triste
catacumba
sola
y
a
b
a
n
d
o
n
a
d
a
¿

Escurre mi esperanza hasta tu sentir;
                                    la rechazas... acaso será... será
                                                                     que tu tampoco ti-ti-tienes
                                                                                               un corazón de sangre?

—No

Yo tampoco.
Ahora ya
no...

El aroma de los ciruelos en la noche (Fragmento) Por: José Bermúdez


“¿Está Isá?”, le preguntó Adela a Rosa.
“Sí, está acostado”, le respondió la madre, “pasa a verlo”.
Lo encontró acostado en un petate desgastado, cubierto por una colcha de estambre y otra más de lana roja. Isá miraba hacia la pared, estudiando algún punto invisible, pero que debió ser muy interesante. Adela se acercó despacio hacia él, y sin que el otro se inmutara, sentóse a su lado, en el suelo. Permanecieron así, en silencio, por varios minutos, escuchando como batían sus trinos los pájaros en los árboles mañaneros. Luego se oyó el gemido del tren rasgando los aires hirvientes. Alguna mula pasó de largo, el crepitar de sus cascos dejó de escucharse hacia la lejanía. Ladró un perro tres veces y cantó un galló en el patio. Luego Isá volteó y miró el contorno fino de la cara de Adela, quien ahora parecía haber encontrado otro punto invisiblemente interesantísimo del que no apartaba la mirada.
“Adela”, susurró Isá, “quiero decirte algo pero no sé con qué palabras. Me hace falta aventarte los reflejos del sol con el espejo; me hace falta echarte piedritas en tu cabeza y silbar canciones junto a tu casa, por las noches, mientras paso... Me falta escribirte esquelas y cartitas de amor, y de aromatizártelas con rosas disecadas... pero...
“Isá...”
“No, Adela, déjame decirte... que quiero tenerte siempre conmigo; ¡no te lo digo porque me sienta a un paso de morir, te lo digo porque si muero, sabrás que te amé desde que conocí esa palabra, hmädi... hmädi ratsíso henequindundthú[1].”


[1] Te amo... amo tus bonitos ojos negros. (N. del T.)

martes, 7 de febrero de 2012

Teclados resistentes al clima


Gotas caen al teclado y lo mojan. Escribo. Escribo porque me hablo, y como me hablo, me entiendo. También escucho música, escucho música porque así compruebo que, si la aprecio, todavía soy humano. Todavía lo veo; siento que estoy allí, parado sobre ese suelo limpio, huelo el aroma que despiden el desinfectante y los fármacos, apilados por decenas sobre un estante... cae otra gota. Respiro. Sigo vivo... vuelvo a recordar los gestos inexplicables, las miradas que parecen significar algo que no logro descifrar. Pido la herramienta y no está. La necesito, una vida puede depender de la herramienta, y sigo sin encontrarla. Pregunto por ella, las pupilas se entrevén. Cae el silencio de la respuesta vacía.
Debe estar allí, en el primer cajón, echo otro vistazo y  meto la mano hasta el fondo. No está. Una vida puede depender de la herramienta. Siguen los silencios, se alargan las miradas, los rostros de concreto: duros, impenetrables. Me voy a buscarla, aunque, a decir verdad, no sé dónde más buscar.
Regreso y digo que no está. Me parece que estoy derrotado pues no he conseguido la herramienta de la cual puede depender una vida. Y la requieren, requieren la herramienta a toda costa. Aquí caen dos gotas: se mojan la ce y la eme. Una turbina, mi cabeza que da incontables revoluciones. Tan rápido como el destello de un relámpago, en medio de la adrenalina, me mira un ser y devela el lugar donde ha estado siempre la herramienta. Corro, corro y alcanzo la herramienta. La preparo: la uso. La herramienta mide, trabaja y con un bip da un resultado que no crispa los nervios de nadie, pues ocurre, entre tanto, una emergencia.
De súbito lo comprendo todo. O al menos, creo comprender. Es pues, la situación de siempre. Se rompe el falso cristal que han construido los demás para usar en su pos mi ceguera. Pero como ya lo he dicho, ahora comprendo todo. Esas miradas de complot son las mismas que un día me parecieron elogiar, me parecieron haber llamado amigo, me parecieron haberme hecho parte de su círculo, me parecieron miradas puras, claras... sinceras. Sinceras como las esculturas perfectas, sin mancha ni quiebre.
     Pero todo era una mentira...
     todo era una desazón...
     de vista gorda era su mira...
     Y ante ella doblegué mi corazón... 
Sí, lo hice; y no sólo eso, también les brindé mi confianza pues mi razón cayó ante su fingida tolerancia y compañerismo. Me duele, me duele ahora saber que todo fue una quimera, un espejismo. Otro juego sucio, otro asesinato, otra cena de saboreadas sensaciones porque, da una ojeada que esas miradas y ese ser se alimentan con su juguete, la comida: el sentir de los demás.  

 *

Hace tres años encontré mi respuesta. El síndrome de Asperger... saber que este término existía, y más bien, que existían más personas como yo fue algo revelador, me sentí tan...tan...tan así: como el sediento que halla el maná en medio del desierto, como el náufrago que se descubre acompañado en una isla abandonada, como una madre que ve a su hijo por primera vez, como un astrónomo descubriendo un cuerpo planetario...
Sentí felicidad. Todo ahora estaba claro. Vamos, todo encajaba a la perfección; yo no había caído por accidente en el planeta tierra, y si había sido así, no era el único que vivía en este planeta equivocado. Pero como había felicidad, conocer el término también escondía un trasfondo oscuro que se asemejaba a una funesta profecía. Así sería de por vida, no sería como una gripe o una viruela que puedes superar con reposo y tratamiento. No... Así había nacido, y si no había remedio, más me valía aprender a vivir de tal forma.
¡Me lo propuse!
Una de las características del Espectro Autista, en donde se encuentra el Asperger, es que los individuos tiene una dificultad marcada para relacionarse con las demás personas. Vamos, que les cuesta socializar. Pero me lo había propuesto, a continuación dejaría la piel en tratar de relacionarme mejor con las personas aunque de sus gestos y señales entendiera apenas un poco. Y hasta hace un día pensé que todo marchaba a la perfección —mira que tenía amigas que consideraba por poco a una familia, porque en un trabajo, los colegas se convierten en algo así como tu segunda familia—, pero sucedió lo típico. Sí, lo típico, porque ya me ha pasado varias veces.

Te das cuenta de que todo,
todo,
todo,
ha sido una mentira,
una farsa;
puro teatro;
pura máscara.

Triste, enojado, decepcionado, colérico, deprimido... ninguna de estas palabras puede describir la forma en la que me siento. Quizá terrible sea lo más adecuado. Y terriblemente pregunto, ¿qué amigo deja que una persona despreciable se divierta viendo cómo sufres, y además, le apoye?
La respuesta: NINGUNO
Veo el pasado y me doy cuenta de que me he desgastado en vano por seis largos meses. Lo único que obtuve fue que pusieran mi estupidez a prueba, como si de un mono yo me tratara.

“Vamos a escondérselo para ver qué hace”

Frase dicha por una persona que se siente un Semi-Dios de la enfermería.  

Si me faltará tanto humanismo y sensibilidad el día que sea un profesional ejemplar, con licenciatura y todo, prefiero, mil veces, ser un mediocre.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Para no caer en FAILS, valora tu palabra.

Glifo del Códice Magliabecch
de un cantante. 
      Con todo respeto, queridos lectores, hoy he leído la frase más estúpida desde #LibreríaPeñaNieto, y de hecho, mencionar al tipejo ese no es coincidencia. ¿Por qué?, se preguntarán. Bueno, aunque sólo conozcamos muy poco (y es que en realidad no hay mucho que saber) sobre el candidato del PRI a la presidencia de México, a todas luces podemos darnos cuenta de que no es la persona adecuada al cargo por el que se propone. No, no lo es. OK, lo excusaron algunos medios de descomunicación alardeando que para un presidente no es necesario leer. De acuerdo, bajo la premisa anterior, hagamos una comparación, o tan siquiera una mención, a los antiguos y más grandes gobernadores. Nombraré, por ejemplo, a uno: Alejandro Magno, ¡alumno de Leónidas! ¡Imagínense...!  Crecido entre pergaminos, libros y ejercicios corporales. Y dicen que no es importante leer.
Ok, hasta ahí queda como un preámbulo de lo que voy a decir (o escribir), enseguida. 
Cuando leí la frase que a continuación mostraré, no pude evitar pensar: “Dios, tan jodidos ya estamos... tan vacías están nuestras mentes; manipulados nuestros cerebros” Y sí, bueno, a fin de cuentas estamos expuestos día a día a que se nos bombardee con desinformación y etcétera, como para que de pronto no caigamos en terribles “FAILS”.
“Me molesta es quien critica sin ser alguien ya...!”
Negas, considerado por mí como un gran crítico de la
"Absurda Sociedad" 
¡¡Oh, mi, Dios...!!
Eso me deja fuera, me deja vacío, me deja cegado de ojos y atado de manos (claro, si seguimos aquella frase al pie de la letra). ¿Entonces qué? ¿Debo ser antes un Carlos Slim para decir: Sí, sí, sí, que la chingada, que ser un asqueroso capitalista que no ve más que por sí mismo? Pienso: ¿Debo ser un Emilio Azcárraga para decir no, no, no, que la chingada, que aquí ustedes se tragan lo que me manda el señor gobierno? ¿Debo ser un bla, bla bla...? Ejemplos hay muchos, pero ¿debo de ser así, un señor respetado, de traje, guante y botón para que mi opinión (o crítica, donde aplique) sea tomada en cuenta? Sinceramente creo que no...
Esta sociedad es, irónicamente, una minoría compuesta por la mayoría. ¿Cómo? Sí, salgan a la calle y dense cuenta que el país está sobre las manos de unos pocos —La minoría de una mayoría— y que la pobreza reina sobre el territorio nacional —la mayoría de la minoría—. En esta sociedad, país, quimera, lo que sea, parece que se nos quiere inculcar esa idea de que si el presidente —porque es el presidente—, dice algo, debemos acatarlo porque lo dijo el presidente. Cuando, en verdad, veo más productivo que critiquemos, dudemos e incluso, contrariemos lo que dice el presidente porque aunque yo sea #Prole, tengo voz, conciencia, inteligencia, imaginación, y lo más importante, un derecho a expresarme, y a defender mis ideales ya sea mediante una publicación en redes sociales, en un blog, en un escrito, en la calle, etcétera... Tengo ese derecho, y si tú, o alguien que ha dicho “Me molesta quien critica sin ser alguien ya...!” ten por seguro que tu, o ese alguien, algún día terminará arrepintiéndose por no haber defendido antes su valor de expresión. 

Valora tu palabra, valora tu pensamiento, que es único.
Valórate, por favor... valórate.


Salud y Prosperidad. 



Meditando en Murakami - [Y de que me acordé de cierta grilla social descrita en rojo]


Haruki Murakami y gato que habla. 
...Sólo que ya estoy más que harto de la gente sin imaginación. De ese tipo de gente que T.S. Eliot llama «hombres huecos»*. Personas que suplen su falta de imaginación, esa parte vacía, con filfa insensible y que van por el mundo sin percatarse de ello. Personas que intentan imponer a la fuerza a los demás esa insensibilidad soltando, una tras otra, palabras huecas. Personas, en definitiva, como esa pareja de antes. —Ôshima suspira y hace girar entre sus dedos el largo lápiz—. Sean gays, lesbianas, heterosexuales, feministas, cerdos fascistas, comunistas, Hare Krishnas. A mí tanto me da. A mí no me importa la bandera que enarbolen. Lo que yo no puedo soportar es a esos tipos huecos. Y cuando se me pone uno delante no me puedo aguantar. Acabo soltando más cosas de la cuenta. Antes, por ejemplo, hubiera podido dejar que hablasen. O llamar a la señora Saeki y permitir que ella se encargara del asunto. Ella lo hubiera solucionado con cuatro sonrisas. Pero yo soy incapaz de hacerlo. Acabo diciendo cosas que no debería decir, haciendo cosas que no debería hacer. No puedo controlarme. Ése es mi punto débil. ¿Y sabes por qué?
—¿Porque si te tomaras en serio a cada una de las personas sin imaginación que se te pusieran delante no darías abasto? —pregunto.
—Exacto —dice Ôshima. Y con la goma del lápiz se aprieta suavemente la sien—. En realidad, es eso. Pero quiero que recuerdes una cosa, Kafka Tamura. Y es que los que mataron al novio de adolescencia de la señora Saeki no fueron otros que esa clase de sujetos. Sujetos estrechos de miras, intolerantes y sin imaginación. Tesis desconectadas de la realidad, terminología vacía, ideales usurpados, sistemas inflexibles. Son estas cosas las que a mí, realmente, me dan miedo. Son estas cosas las que yo temo y odio con todo mi corazón. Es importante saber qué es correcto y qué no lo es, por supuesto. Sin embargo, los errores de juicio personales pueden corregirse en la mayoría de los casos. Si uno tiene la valentía de reconocer su error, las cosas, generalmente, se pueden arreglar. Pero la estrechez de miras y la intolerancia de la gente sin imaginación son igual que parásitos. Provocan cambios en el cuerpo que les acoge y, mudando de forma, se reproducen hasta el infinito. Y eso no hay manera de detenerlo. Y yo, semejantes sujetos, no quiero que entren aquí. —Ôshima señala las estanterías con la punta del lápiz. Se refería, por supuesto, a la totalidad de la biblioteca—. Yo no puedo tomarme a risa a gente como ésa.”**

*T.S. Eliot: «The Hollow Men», en La tierra baldía – Cuatro cuartetos – Y otros poemas. Traducción de Juan Malpartida y Jordi Doce. Círculo de Lectores, S.A., Barcelona, 2001. (N. de la T.)
** Murakami, Haruki: «Kafka en la Orilla». Traducción del japonés de Lourdes Porta, MAXI TusQuets Editores, México, 2002, pp. 281 – 282.