El fantasma... sí: el fantasma; este ser
espectral e invisible, causa de espantos y desmayos, de mitos y leyendas, y de
un desarrollo impresionante de la literatura inglesa, en donde su ícono
aterrador es tomado por muchos autores: A. C. Doyle, Mary Elizabeth Wilkins
Freeman, Amelia B. Edwards, H.G. Wells, William Wymark Jacobs, y por supuesto,
Oscar Wilde; sin embargo, este último, dublinés de nacimiento y esteta hasta su
muerte, no abordó el espectro del fantasma como los otros escritores; es decir,
no quiso temerle y aullar ante su presencia, sino tomarlo como un referente de
lo antiguo, saludarlo como a un buen
vecino y hasta jugar con él... así se concibió “El Fantasma de Canterville”, un cuento publicado en 1887, años en
los que en autor comenzaba a rozar los linderos de su apogeo, el cual, a toda
plenitud, llegaría en 1891, fecha de publicación de “El Retrato de Dorian Gray”; pero vamos, esto ya es divagar en la
historia...
Concretamente, El Fantasma de Canterville es un cuento sencillo que narra la
llegada de una familia de la aristocracia norteamericana a la Inglaterra
victoriana. Hiriam B. Otis, padre de familia, hubo comprado a Lord Canterville
su castillo del que huye, presa del temor al fantasma que ronda la casa y del
cual, advierte a su comprador.
“Hasta el mismo lord Canterville, como hombre
de la más escrupulosa honradez, se creyó en el deber de participárselo al señor
Otis cuando llegaron a discutir las condiciones.”
Ningún caso hace Mr. Otis a los avisos
de lord Canterville y más temprano que tarde se va a vivir al susodicho lugar
en compañía de su esposa, Mrs. Otis, mujer tan insulsa como lo es su cabello
rubio; Washington, hijo de las astutas predilecciones de Norteamérica;
Virginia, doncella tan pura y clara como una aurora de cielo cristalino; y los
gemelos, Franjas y Estrellas... ¿el qué?, ¡qué más da!; ellos, la parte cómica
del bagaje de personajes son el reflejo del nacionalismo americano consistente
en burlar lo vetusto. Cosa interesante, el Castillo, como todo lo que en su
interior yace, es tan viejo que incontables son las leyendas propiciadas por el
fantasma en el discurrir de tres siglos aterrados.
“Es sangre de
lady Leonor de Canterville, que fue muerta en ese mismo sitio por su propio
marido, Simón de Canterville, en mil quinientos sesenta y cinco.”
Simón de Canterville desapareció en
circunstancias desconocidas. De lo que se recuerda por aquellos años, es que el
fantasma comenzó a rondar por las estancias y pasillos del castillo. Y como
habría de suponerse, Simón de Canterville, por matar a su esposa, estaba
condenado a no dormir ni comer ya nunca jamás. Como todo un fantasma, su deber
era espantar, y con loables éxitos infartó a dos que tres lores, he de suponer,
por tres siglos. Ya que llegaban los Otis se preparó con grilletes y voz de
ultratumba. Tristemente no los espantó, a la hora de la treta, sino molestó y
hastió a toda la familia. Y bien sabía él que en la concepción de espantar y
molestar había mucha diferencia. Si no espantaba ya, ¿qué caso tenía ser un
fantasma? La ley de la vida cuenta que todo llega a su fin, y esta sentencia
supuso que algún día los grilletes de Simón, el fantasma, fueran a descansar en
otra parte, ya sin hacer ruido. Así
fue...
“-Mi distinguido señor -dijo el señor Otis-,
permítame que le ruegue vivamente que se engrase esas cadenas. Le he traído
para ello una botella de "Engrasador Tammany-Sol-Levante". Dicen que
una sola untura es eficacísima, y en la etiqueta hay varios certificados de
nuestros agoreros nativos más ilustres, que dan fe de ello. Voy a dejársela
aquí, al lado de las mecedoras, y tendré un verdadero placer en proporcionarle
más, si así lo desea.”
Indignado y triste, y al mismo tiempo,
harto y vengativo, insistió en recrear sus mejores hazañas de espanto. Ninguna
daba resultado. Todo le salía mal. Aquella familia estadounidense no tenía la
sensibilidad para asustarse. Tenían por un simple ornato al fantasma, a quien
hubieran podido llevar a espectáculos y ganar cientos de dólares por ello.
Sintiéndose abatido y preguntándose de qué habían servido todos esos años de
perfeccionar y perfeccionar sus espantos y trucos de artimaña si, ahora, nadie
gritaría, ni se pondría pálido ni brincaría entre pesadillas, traumado por el
jinete sin cabeza o el panteonero de la pala. Sintióse como una basura, y como
tal, fue a refugiarse en su bodega.
Y de pronto asomó por un recoveco la
luz. Estaba el fantasma terriblemente abatido. Así lo encontró Virginia, la
bella y noble, y se compadeció de él... hablaron sobre lo difícil de no dormir
ni comer, de lo malo que fue el homicidio de su esposa, de que Dios lo había
castigado, y que para morir, y descansar, tenía que perdonarlo. Luego se
disculpó Virginia por su familia insensata.
El pecador merece su redención, y el
fantasma era un pecador, sin duda alguna. Los hermanos de su esposa lo habían
recluido en una bodega; la luz del sol jamás tocaría sus pupilas otra vez. Sólo
la intercesión de un alma pura, llena de amor y bondad podría ayudarle a llegar
al jardín de la muerte... y dormir eternamente: descansar del pesar de varios
siglos a duermevela. Sólo el amor era más fuerte que la vida y la muerte.
“-¡Caramba! -exclamó de pronto uno de los gemelos,
que había ido a mirar por la ventanita, queriendo adivinar de qué lado del
edificio caía aquella habitación-¡Caramba! El antiguo almendro, que estaba
seco, ha florecido. Se ven admirablemente las hojas a la luz de la luna.
“-¡Dios lo ha perdonado! -dijo gravemente Virginia,
levantándose. Y un magnífico resplandor parecía iluminar su rostro.”
El Fantasma de Canterville, una historia
que no sorprende por su sencillez, sino por su profunda evocación de lo hermoso
y lo bello. Una crítica que se adhiere a los contornos del choque de dos
culturas contrapuestas. En un lado, Inglaterra y del otro, América. La
insensibilidad de los estadounidenses, su materialismo insistido y la marca
profunda de renegar de lo vetusto e histórico: lo solemnemente guardado por las
costumbres y modales se velan tras los rostros de la familia Otis. Pero no es
sólo esto, como he insistido, sino también este detalle delicado que nos dice
que el amor es universal, y que tiene una fuerza aún más poderosa que la
muerte, y si domina la muerte, domina también a la vida. He aquí la convicción
juvenil de Oscar Wilde que hubo de marcar toda su obra, a la par de lo hermoso
y estético. Es claro por qué este cuento es considerado un pilar fundamental a
la hora de estudiar no sólo la literatura inglesa, ni la universal, sino la
sencillez de comprender la hermosura de lo hermosamente humano.
Oscar Wilde (2006). El fantasma de Canterville y otros cuentos. Bogotá: Editorial Norma.
Oscar Wilde (2006). El fantasma de Canterville y otros cuentos. Bogotá: Editorial Norma.