miércoles, 7 de septiembre de 2011

City Noir. Fragmento.


          Ya veo el bulevar, también la iglesia que se va de lado. ¿Qué es ese gran cuadro de piedra? Se asemeja a la fotografía de tu hermana. A los compañeros caídos, alcanzo a leer. Se me cansan los ojos, además, la lámpara de mercurio parece morirse. No me he dado cuenta de que ahora camino más rápido, tengo los brazos extendidos como queriendo dar un abrazo, sé que estas cerca, que tu lecho es próximo a mi cuerpo. ¡Ana Martha!, grito. ¡Josecito!, imploro con ayuda de mi esfuerzo. Toso, me salen las flemas. Me calmo y destapo el estuche, saco mi violín y traigo a mi mente las notas del concierto. Me posiciono frente al epitafio e inicio con los primeros compases; unos murmullos se oyen de entre los árboles enanos, los perros ladran, un claxon resuena, chinga tu madre, escucho de nuevo. Pienso en ti posando para el periódico, en ti comiendo pozole en mi casa, en ti besándome los senos, en ti llevándome a tu casa en el caballo. Sigo tocando el concierto para violín de Tchaikovski y me acelero en velocidad. La dinámica esforzada, un fortísimo adelantado. ¿Te gustaría como la toco?, es que hace frío, se me entumen los dedos hinchados por la artritis. ¡Josecito!, aquí te espero, nada más déjame terminar. De seguro Ana Martha vendrá a reconocerme, de seguro todavía no te levantas de la mesa, de seguro apenas le pagas el café y el pan de dulce. De seguro sigues vivo..., de seguro, no estás muerto.

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