Retrato de León Tolstoi por Repín |
“En
vano los hombres, amontonados por cientos de miles sobre un pequeño espacio de
terreno, esterilizaron la tierra que los sustentaba, la cubrieron de piedra a
fin de que nada pudiera germinar; en vano arrancaron hasta la última brizna de
hierba; en vano arrasaron los árboles y exterminaron a los pájaros y a las
bestias. Todo en vano; la primavera siempre es primavera.”*
Capítulo I
Entre juristas y libros de leyes que se
empolvan por el paso de los años haciéndose inútiles... sobre un escenario que
ha presenciado el servilismo más cruento de una sociedad que se regodea en su hediondo
caldo de ministros elegantes e inservibles... sumergida dentro de un frasco de ineptitud
destilada aparece una figura que de tan sólo verla se antoja imitada, repetida,
frecuentada... en la sala de deliberaciones de un juzgado aparece la persona
que ha sido encontrada culpable, siempre, de un crimen que no cometió. Así, Máslova
deberá enfrentar el cargo de haber asesinado a un comerciante yendo en el
siguiente convoy hacia el destierro en la cruda Siberia. Pero algo que no sabe
ella en ese momento la observa uno de los jurados: Nejlúdov, primer amante... causa
indirecta de su desgracia pues fue él quien le provocó la expulsión de su hogar,
y de que consecutivamente, esta hubiera terminado en una casa de prostitución muchos
años después de la noche en que, afuera de la parroquia, se dieron un beso que
pareció de amor, pero que en realidad, no
lo fue.
Consciente de su falta y arrepentido por
ella, Nejlúdov se propone resolver la causa de Máslova... llegar con ella hasta
Siberia, si es necesario, sin embargo, hay un problema: él es un príncipe,
miembro de la familia del Zar, aristócrata enriquecido con el trabajo de
campesinos miserables quienes apenas contienen fuerza y alimento para
sobrevivir. Se da cuenta, entonces, de que si quiere emprender su propósito
tendrá, antes que nada, renunciar a todos los lujos con los que quizá, fue
concebida su existencia tranquila, apenas turbada por los acontecimientos del “allá
afuera”. Es en este momento cuando los sentimientos de toda clase le invaden en
lo más hondo de su ser, algunas veces hostigándolo y tentándolo en renunciar a
su nueva ideología; otras más, alentándolo a seguir, inspirándole confianza en
la idea de que sus actos son de la mejor intención, y con estos, le reducirá a
Máslova el dolor de su sentencia. ¡Hasta casarse con ella es una buena idea!
Inicia el traqueteo de las cadenas en
los pies, el sol como brasa gigante, el vapor de sudores que mana de una
colmena de hombres desfigurados y marcados por la frialdad del eco de las mazmorras.
Las personas salen, menean la cabeza y los olvidan; es tan sólo un furtivo
acontecimiento que despereza el día... Y Nejlúdov, allá va, siguiendo el convoy
de presos que serán desterrados como basura en los confines del planeta. En
este momento inicia para él una serie de
vivencias que serán tan absurdas como dolorosas; estas últimas, irán curtiéndole
una mente con la que al final, logrará sopesar su propia resurrección.
“Resurrección” es la última novela con
la que León Tolstói reafirmó su grandeza intelectual, no sólo en la Rusia del siglo XIX,
sino en todo el mundo y en cualquier época al lograr verter en un libro la
cruel realidad de una sociedad en donde se permitía que aquellos hombres llenos
de vicios, defectos y pecados intentaran corregir los vicios, defectos y
pecados de hombres semejantes a ellos de la forma que fuese, bajo el costo de
cualquier cosa, incluso de la vida de un anciano, o la alegría de una pequeña
niña.
Novela moralista que nos hace ver el
seno del problema que ha existido siempre: pecadores instruyendo cómo dejar de pecar.
Personalmente jamás había leído algo de
Tolstoi, habiendo sí, escuchado de su gran estilo, fama y reconocimiento en
novelas como “Ana Karenina” y “Guerra y Paz”, pero ahora, sabiendo reconocer
que es un semidiós de la literatura, sabré
reconocer y recomendar aún más las sabias letras que supo transportar, como por
acto mágico, del papel al corazón de un sencillo lector.
“Sentía
en sí, no sólo la libertad y la fuerza y la alegría de la vida, sino también
toda la potencialidad de lo bueno: se sentía bastante fuerte para realizar todo
lo que de bueno y bello puede realizar un hombre. Comprendía esto y los ojos se
le llenaban de lágrimas. Y eran las suyas lágrimas buenas, porque las hacía
brotar el júbilo de la resurrección moral de aquel «yo» que durante tantos años
había dormido en su seno: y eran quizá algo malas porque en aquel llanto había
algo de enternecimiento de sí mismo al advertir que renacía su virtud.”*
Capítulo XXVIII.
*Tolstoi, León, Resurrección, Traducción de José Goñi, México, Editorial Cumbre
S.A., 1985, 483 pp.
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