— ¡Bendita!
Las gotas caen del techo y se estampan con las soleras del patio.
— ¡Bendita!
El gato negro que se había refugiado bajo las grandes hojas de la enredadera salió de un brinco y estiró el cuerpo. Soltó un maullido breve y huyó hacia los portales azules del fondo.
— ¡Bendita!
Quedaban unos sutiles remanentes de la lluvia de la noche. En julio los niños no van a la escuela, por lo tanto las mañanas son quietas como el gato que se ha trepado al muro tejado y se relame tranquilamente las patas. El vapor de lluvia se desprende como el respirar de la tierra...
— ¡Bendita!
..., ..., ..., ...
El reloj marcaba las nueve y cinco y nadie se escuchaba, solo las goteras armaban un silencio acompasado de tronidos suaves. El gato había terminado de asearse y únicamente miraba al horizonte como estudiando el clarear. En sus ojos se reflejaba el verdor de las montañas, cansado movió los bigotes y de un brinco se fue...
— ¡Bendita!
La señora empuja la puerta y deja la caja de plátanos encima del asiento de palo.
— ¡Bendita tu señora, Santísimo! Ves que una va por los plátanos del apoyo a estas horas de la madrugada y usted que nomás berrea. ¡Qué caray con usted que sigue acostadote!
El señor la mira indispuesto a escuchar su descontento. Ella se acomoda los grandes senos moviéndolos dentro de su vestimenta súper colorida y se echa en el asiento contiguo a los plátanos. Suspira.
— Bendita —la mira y le avienta un beso de viento—, anoche tuve un sueño loco.
— ¿Ah sí? —le dice Bendita con tono sarcástico y se estudia las uñas con detenimiento. Prosigue—: ¿Qué soñaste pues?
Santísimo se sienta sobre la cabecera y se protege con los brazos cruzados.
—Tuve este extraño sueño en donde los candidatos al gobierno compraban el puesto, era un país de pobreza; no existía la equidad ni ninguno de los derechos humanos —Santísimo le da tiempo a Bendita para que haga comentarios pero ella no hace ninguno; Santísimo prosigue.
» Estaba en una ciudad donde las personas tenían la misma cara, la misma ropa, que era roja, iban hacia un mismo lado; caminando al paso lento, y si los mirabas de cerca, andaban de reversa. Me decían “Voto ulterior” Ese sábado me llevaron por la noche a una cerca y allí me dispararon con tinta azul, me dejaron allí tirado. Un hombre amarillo me levanto, me cargó y en su camioneta me rellenó de veneno dorado. Era dulce al principio…en amargo se trasformó al final. Como la primera vez me aventaron a la intemperie. Llovía. Al último llegó un tipo guapo —mira de reojo a Bendita, no vaya a ser que lo malinterprete—, y me cargó hasta su limosina; allí me dio una taza llena de chocolate caliente que humeaba y se condensaba en mis bigotes, le di un sorbo y con esto caí en un sopor delicioso. Se despidió de mí con un apretón de manos diciendo: —Estaré ahí cuando me necesites.
» Me bajé de su limosina y parado ahí me quedé setenta años, bajo la lluvia. Viendo pasar las ánimas que al verme aventaban una moneda de aire y con un ademán decepcionado, se iban al purgatorio y de ahí los regresaban para sufrir otro seis años más. El alma les brillaba en escarlata refulgente. Bendita, me mojé con meados, la mierda me sirvió de alimento. Pensaba en el tipo guapo y lo llamaba…jamás regresó por mí. Pasaba junto a mí pero se hacía el desentendido. Cada seis segundos pensaba en él y elegía su providencia; de ella recibía solo viento y con él me fui llenando. Cuando pasaron setenta años estaba trasparente, sin color. Ni los orines me coloreaban ni la mierda me alimentaba, me aburrí de ella y solo cuando decidí no comerla más desperté.
Bendita se le queda mirando y agita la cabeza en señal negativa.
— ¿Qué pasó, bendita? —le inquiere como intentando leer sus pensamientos.
Ella se queda pensativa y de pronto se sobresalta, se ha acordado de algo. Inhala profundo y dice:
—Levántate, Santísimo. Que hoy hay elecciones… ¡A votar!
Ambos se espabilaron cogiendo la ropa que encontraban a su paso para abrigarse y salieron a paso decidido. Se perdieron en el horizonte; eligieron no seguir comiendo mierda y entonces regresaron con color de veras.
» Tuve este extraño sueño anoche, en donde los políticos no se acordaban de sus promesas, donde cambiaban al país con cuerpos deshechos en campos de batalla (hogares y calles rodeadas de civiles). Soñé con un ejército de querubines chamuscado…un lugar que se asemejaba a un infierno sin fuego, las balas eran palabras y en los diálogos salían muertos vivientes. Todo dudaba, era todo falso…la cultura era olvidada, no como ahora, porque ahora que dejé de alimentarme con mierda, logré despertar.