miércoles, 28 de marzo de 2012

Dark lantern.


Takeru abrió el cajón de la vieja alacena polvorienta, olvidada desde la guerra en el sótano, y se quedó observando su contenido afectado por el aire cargado con partículas de polvo. Del cajón se disparó un aroma a papel viejo, óxido y naftalina que rápidamente se coló por la pequeña nariz de Takeru, y lo hizo estornudar: ¡achú! Temiendo que alguien notara su ausencia en la casa, Takeru sacó de su bolsillo una linternilla; la encendió e inspeccionó la puerta: estaba cerrada. Escuchó pronto un chasquido de pasos y tierra. Giró hacia el otro lado, su linterna iluminó un viejo tocadiscos volteado sobre una silla de patas rotas. De momento la respiración se le cortó, el pulso elevó sus veces por minuto, y por su pecho sintió correr el ácido del temor a ser descubierto. Permaneció inmóvil por unos segundos, esperando que su corazón amansara y la respiración le cesara de ser dificultosa. Al cabo de un rato había conseguido apaciguarse el miedo. Entonces volvió hacia la puerta. ¡AH! Takeru gritó y dejó caer la linternilla. No hubo ruido de impacto, sólo la oscuridad inundó los recovecos de cada objeto olvidado. 

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