sábado, 16 de junio de 2012

¿Y nuestra humanidad, apá?


Nota de enfermería: 14:28.- “Ingresa la señora J.M.H., de la tercera edad (96 años), al servicio de urgencias (traída por familiar en portaequipaje de camioneta) consciente, orientada, neurológicamente conservada; con patrón cardio-respiratorio sin alteraciones importantes. Piel deshidratada y pálida, deformidad en miembro pélvico derecho a nivel de tercio proximal con edema y equimosis. Se sospecha fractura de fémur e impacto óseo de pelvis. Refiere el familiar que la señora J.M.H., tuvo una caída de su propia altura desde tres días anteriores al ingreso hospitalario; como la señora vive sola, no pudo trasladarse a urgencias.
“Se coloca venoclisis no. 18, en vena braquial, se administran analgésicos y se monitoriza. A resultados de rayos x se confirma: fractura de fémur en cuña en tercio proximal con riesgo de pérdida de la continuidad de tejidos blandos. No se inmoviliza y se busca traslado al hospital de tercer nivel.
“El traslado no puede ser tramitado por trabajo social porque los familiares de la señora no se encuentran dentro del hospital. Los policías refieren que la familia abandonó el hospital para ir a comer. Hasta el final del turno (20:00) los familiares no regresan a la sala de urgencias.  
“19:30.- La señora J.M.H., se mantiene estable a lo largo del turno. No presenta deterioro neurológico. Patrón ventilatorio eficiente para mantener perfusión cerebral. Hemodinámicamente estable, pasa al siguiente turno.”
José  Bermúdez
Enfermero / Urgencias

Los individuos sometidos a limitaciones a causa de su salud o relaciones con ella, no pueden asumir el autocuidado o el cuidado dependiente, y precisan, entonces, de alguien que resuelva sus necesidades más básicas.
Parafraseo a Dorotea Orem y a su teoría del déficit del autocuidado: un individuo enfermo está limitado en el cuidado de sí mismo, lo que hace necesario que alguien más cuide de él. ¿Pero qué sucede cuando ese alguien más no está dispuesto a cuidarlo y  resolver sus necesidades más básicas? Una respuesta rápida: el individuo enfermo muere. Si nos remontamos a la Guerra de Crimea (1853-56) podemos encontrar que Florence Nightingale se dio cuenta de que si nadie cuidaba de los heridos, estos generalmente, al cabo de unos pocos días, morían, y no por las heridas de guerra, sino por complicaciones nosocomiales. ¿Qué hacer entonces? ¿Cómo disminuir las cifras de mortalidad, que eran tan grandes en esos momentos? Ahora se conoce una respuesta: dar cuidados, sanar, ayudar a la recuperación. Con su estatuto: poner al paciente en las mejores condiciones para que la Naturaleza actúe sobre él; nacía la enfermería.
Sin embargo, a pesar de que existe un amplio bagaje bibliográfico sobre el cuidado de los enfermos, dirigido no sólo a los profesionales de la salud, sino a la población en general, todavía hoy llegan a las unidades hospitalarias casos como el descrito al principio del texto en donde hablar de un descuido no es suficiente. Al abandono de personas de la tercera edad ya se le considera en el Distrito Federal un delito. Pero más allá de un delito, ¿por qué el abandono? ¿Por qué los hijos adultos no cuidan de sus padres ancianos en su etapa más vulnerable, como ellos lo hicieron cuando los hijos eran los débiles y necesitados? ¿Acaso no sería lo más justo, lo más humano? ¿Y qué sería hablar de lo humano? ¿Y lo inhumano?
Sobre lo humano hay muchas concepciones que van desde las teológicas hasta las científicas, en donde no sólo se habla de lo humano, sino también de la humanización, es decir, de cómo, a través de los tiempos, el  ser humano dejó de ser animal para convertirse en lo que es ahora, conservando inherentemente su dualidad; es decir, que sí, somos humanos, y es esta humanidad la que nos permite serlo a nuestro modo. [1]
¿Y lo inhumano? Como dice Savater, en el siglo pasado se pugnó por concebir la humanidad como una forma de dictar normas. Esto se hace porque es humano, esto no se hace porque es inhumano. Aquí es donde entra el vertiginoso remolino de contraposiciones acerca de lo que sí es humano y lo que no. Y es que persiguiendo una concepción científica de la humanidad —la evolución del neocórtex, la lucha por satisfacer nuestras necesidades, el desarrollo de sentimientos y raciocinio especializado— todo lo que haríamos sería totalmente humano por el simple hecho de que un humano está forjando su voluntad.  Contrariar la  posición de Terencio: “Soy humano y nada humano me es ajeno” con esta, descrita también por Savater “La humanidad estaría formada por la acumulación sucesiva de las pieles normativas que el ofidio  humano ha ido mudando a lo largo  de los siglos y  a través de las sociedades.”[2], es observar cómo dos posturas persiguen una distinta connotación social, es decir, que quieren ser entendidas de distinta forma. Porque transformamos el mundo se manera que se amolda mejor con nuestros deseos y necesidades, pero también hacemos regresiones a nuestra dualidad animal, que se concentra solamente en el bienestar propio, e incluso, es posible hablar también de la supervivencia del más fuerte. Y en este punto me pregunto:
¿Qué  somos entonces si, por la supervivencia del más fuerte, un hijo fue capaz de abandonar a su madre gravemente enferma en un hospital sin acercarse  siquiera a preguntar sobre su estado en ocho horas?
Me parece que es más fácil hablar de lo humanizados que estamos, al lograr mejorar nuestro entorno para nuestro beneficio; construir mejores hospitales, desarrollar tecnología en la reconstrucción de huesos, investigar en la producción de medicamentos que disminuyan el dolor por una fractura, etcétera; y más difícil hablar de lo poco humanos que somos. Porque actuamos hominizadamente, y en lugar de que nuestros actos sean llamados humanos, deberían ser hominizados. Para que un hombre sea realmente humano, ya no sólo debe tratar de mejorar su entorno y satisfacer sus necesidades; también debe procurar las mismas condiciones para sus semejantes y así convivir en una armonía ética y moral.
Si una persona no puede cuidar a otra persona, y aún más si esa persona es su madre, y asegurarle un bienestar, por lo menos fisiológico, es porque esta persona es un homínido que no ha aprendido a ser humano. 


[1] Savater, Fernando, El valor de Elegir, Barcelona, Ariel, 2003, pp. 163
[2] Íbid, pp. 171-2

martes, 5 de junio de 2012

"Life it seems will fade away, drifting further everyday".



Ya me había ocurrido esto antes. Y de hecho, compuse unos cuantos versos para rememorar ese día... Ese día en que renuncié a la ayuda de la sanidad mental. Ya ni recuerdo porqué me había socavado el alma. Vivía un periodo difícil, creo que sí. ¿Quién no vive periodos difíciles? El punto es que, como ahora, sentía que, día a día, minuto a minuto, la sensación de desolación iba cubriendo la totalidad de mi pensamiento. Me costaba mirar las cosas, me sentía apartado de la realidad, incluso creía ser otra persona. Traté, en vano, de explicarme lo que sucedía conmigo, pero nada, ni siquiera una mal lograda terapia, lograron evitar que colapsara: que una crisis de ansiedad se hiciera presente cuando yo visitaba el pasillo más recóndito de los sanitarios escolares. Sensación horrorosa aquella. Sentía que moría, o que convulsionaba, o que mi mente se derretía como una cera prendida de más. Aminoró aquel paroxístico choque, y, pronto ya me hallaba en paz, con las lágrimas exorcizadas y la cabeza limpia. El convulsivo océano que se agitaba en mi cerebro había hallado al fin un cauce para salir. Pero la sensación de ser tocado por la fría manaza de la muerte no lo valía. Ahora creo que hay otras formas de vaciar aquel tornado interior y regresar a un estado de paz interior. Quiero conocerlas...
La escritura me ha ayudado a sobrellevar esta presión externa que proviene de un lugar, para mí, ignoto. Estoy sano, no me he enfermado ni siquiera de gripe. Tan sólo he tenido bajadas de presión arterial, pero eso se lo adjudico al miedo que me inspiró ver una reparación de hernia inguinal, misma a la que seré intervenido en unas cuantas semanas. Quizá, esto último es la causa de este estrés que me amarra los huesos. Según mi conciencia, yo no le temo a la muerte; más bien, temo el sufrimiento del medio morir: a quedar en un estado tal que provoque, a los que me rodean, un sentimiento de culpa, lástima, o algo por el estilo.  
Podría pensarse que me estresa la escuela. No, no lo hace. La escuela es, de hecho, un sitio en donde puedo hallar camino para airearme la cabeza, divagar en mi soledad, y aprender lo nuevo. Descubrir... Ha terminado el semestre. He obtenido buenas notas, otra vez, haciendo apenas un esfuerzo. La escuela se me da, es fácil. Consiste en tomarle las medidas, y jugar, cada vez que es requerido, con ellas para obtener un resultado satisfactorio. “Todo está planeado. Todo es estrategia”.
Para distraerme en estas vacaciones tengo un bonche de libros por leer: La señora Dalloway, de Virginia Woolf; Fuga en Mi Menor, de Sandra Lorenzano; Obra Poética, de Fernando Pessoa; De Profundis, de Oscar Wilde; Alteza Real, Tonio Kroger, y Hombre y Perro, de Thomas Mann; Entre dos Aguas, de Rosa Ribas; etcétera. Además, mañana iré con Tenshi a Chapultepec, y daremos una vuelta por los parques. Creo que también me hará bien salir con relativos.
A manera muy aspergiana, no tengo nada más que decir. 

Me voy a Júpiter. 
Adiós.
José.