Nota de enfermería: 14:28.-
“Ingresa la señora J.M.H., de la tercera edad (96 años), al servicio de
urgencias (traída por familiar en portaequipaje de camioneta) consciente,
orientada, neurológicamente conservada; con patrón cardio-respiratorio sin
alteraciones importantes. Piel deshidratada y pálida, deformidad en miembro
pélvico derecho a nivel de tercio proximal con edema y equimosis. Se sospecha
fractura de fémur e impacto óseo de pelvis. Refiere el familiar que la señora
J.M.H., tuvo una caída de su propia altura desde tres días anteriores al
ingreso hospitalario; como la señora vive sola, no pudo trasladarse a
urgencias.
“Se coloca venoclisis
no. 18, en vena braquial, se administran analgésicos y se monitoriza. A
resultados de rayos x se confirma: fractura de fémur en cuña en tercio proximal
con riesgo de pérdida de la continuidad de tejidos blandos. No se inmoviliza y
se busca traslado al hospital de tercer nivel.
“El traslado no puede
ser tramitado por trabajo social porque los familiares de la señora no se
encuentran dentro del hospital. Los policías refieren que la familia abandonó
el hospital para ir a comer. Hasta el final del turno (20:00) los familiares no
regresan a la sala de urgencias.
“19:30.- La señora
J.M.H., se mantiene estable a lo largo del turno. No presenta deterioro
neurológico. Patrón ventilatorio eficiente para mantener perfusión cerebral.
Hemodinámicamente estable, pasa al siguiente turno.”
José Bermúdez
Enfermero /
Urgencias
Los
individuos sometidos a limitaciones a causa de su salud o relaciones con ella,
no pueden asumir el autocuidado o el cuidado dependiente, y precisan, entonces,
de alguien que resuelva sus necesidades más básicas.
Parafraseo a Dorotea
Orem y a su teoría del déficit del autocuidado: un individuo enfermo está
limitado en el cuidado de sí mismo, lo que hace necesario que alguien más cuide
de él. ¿Pero qué sucede cuando ese alguien más no está dispuesto a cuidarlo
y resolver sus necesidades más básicas?
Una respuesta rápida: el individuo enfermo muere. Si nos remontamos a la Guerra
de Crimea (1853-56) podemos encontrar que Florence Nightingale se dio cuenta de
que si nadie cuidaba de los heridos, estos generalmente, al cabo de unos pocos
días, morían, y no por las heridas de guerra, sino por complicaciones
nosocomiales. ¿Qué hacer entonces? ¿Cómo disminuir las cifras de mortalidad,
que eran tan grandes en esos momentos? Ahora se conoce una respuesta: dar
cuidados, sanar, ayudar a la recuperación. Con su estatuto: poner al paciente en las mejores condiciones
para que la Naturaleza actúe sobre él; nacía la enfermería.
Sin embargo, a pesar de
que existe un amplio bagaje bibliográfico sobre el cuidado de los enfermos, dirigido
no sólo a los profesionales de la salud, sino a la población en general, todavía
hoy llegan a las unidades hospitalarias casos como el descrito al principio del
texto en donde hablar de un descuido no es suficiente. Al abandono de personas
de la tercera edad ya se le considera en el Distrito Federal un delito. Pero
más allá de un delito, ¿por qué el abandono? ¿Por qué los hijos adultos no
cuidan de sus padres ancianos en su etapa más vulnerable, como ellos lo
hicieron cuando los hijos eran los débiles y necesitados? ¿Acaso no sería lo
más justo, lo más humano? ¿Y qué sería hablar de lo humano? ¿Y lo inhumano?
Sobre lo humano hay
muchas concepciones que van desde las teológicas hasta las científicas, en
donde no sólo se habla de lo humano, sino también de la humanización, es decir,
de cómo, a través de los tiempos, el ser
humano dejó de ser animal para convertirse en lo que es ahora, conservando
inherentemente su dualidad; es decir, que sí, somos humanos, y es esta humanidad
la que nos permite serlo a nuestro modo. [1]
¿Y lo inhumano? Como
dice Savater, en el siglo pasado se pugnó por concebir la humanidad como una
forma de dictar normas. Esto se hace porque es humano, esto no se hace porque
es inhumano. Aquí es donde entra el vertiginoso remolino de contraposiciones
acerca de lo que sí es humano y lo que no. Y es que persiguiendo una concepción
científica de la humanidad —la evolución del neocórtex, la lucha por satisfacer
nuestras necesidades, el desarrollo de sentimientos y raciocinio especializado—
todo lo que haríamos sería totalmente humano por el simple hecho de que un
humano está forjando su voluntad. Contrariar
la posición de Terencio: “Soy humano y
nada humano me es ajeno” con esta, descrita también por Savater “La humanidad
estaría formada por la acumulación sucesiva de las pieles normativas que el
ofidio humano ha ido mudando a lo
largo de los siglos y a través de las sociedades.”[2],
es observar cómo dos posturas persiguen una distinta connotación social, es
decir, que quieren ser entendidas de distinta forma. Porque transformamos el
mundo se manera que se amolda mejor con nuestros deseos y necesidades, pero
también hacemos regresiones a nuestra dualidad animal, que se concentra
solamente en el bienestar propio, e incluso, es posible hablar también de la
supervivencia del más fuerte. Y en este punto me pregunto:
¿Qué somos entonces si, por la supervivencia del
más fuerte, un hijo fue capaz de abandonar a su madre gravemente enferma en un
hospital sin acercarse siquiera a
preguntar sobre su estado en ocho horas?
Me parece que es más
fácil hablar de lo humanizados que estamos, al lograr mejorar nuestro entorno
para nuestro beneficio; construir mejores hospitales, desarrollar tecnología en
la reconstrucción de huesos, investigar en la producción de medicamentos que
disminuyan el dolor por una fractura, etcétera; y más difícil hablar de lo poco
humanos que somos. Porque actuamos hominizadamente, y en lugar de que nuestros
actos sean llamados humanos, deberían ser hominizados.
Para que un hombre sea realmente humano, ya no sólo debe tratar de mejorar su
entorno y satisfacer sus necesidades; también debe procurar las mismas
condiciones para sus semejantes y así convivir en una armonía ética y moral.
Si una persona no puede
cuidar a otra persona, y aún más si esa persona es su madre, y asegurarle un
bienestar, por lo menos fisiológico, es porque esta persona es un homínido que
no ha aprendido a ser humano.