Cierto día, un jovencito de quince años, fue a inscribirse a equis institución. Era la última oportunidad que tenía para estudiar el bachillerato, y qué mejor, si este bachillerato era técnico, es decir; que además de un certificado de preparatoria obtendría también un titulo profesional de carrera corta. La oferta educativa de dicha institución poseía tres carreras "profesional técnico bachiller": Enfermería, Contaduría y Prótesis Dental. El jovencito se decidió por Contaduría y escribió en su cédula de preinscripción la clave asignada. No fue hasta el día en que lo aceptaron cuando se dio cuenta que cometió un gran error. En lugar de haber escrito la clave de contaduría, escribió la de enfermería. Entonces juró cambiarse de carrera tan pronto como tuviera oportunidad, y con esa idea inició el primer semestre; tronco común. Tiempo después, le llegó la oportunidad de cambiar la clave errónea. Sin embargo, este jovencito odiaba la burocracia sin sentido y por tanto, siguió estudiando bajo la clave de enfermería. De esta forma, se evitó formarse en una larga cola de copias, sellos, firmas y demás basurerío de hojas y de tinta...Tácitamente, también se evitó haber cometido el peor error (considerado así en el momento) de su vida.
Comenzó el segundo semestre, y dicho jovencito se adentró en los campos de la anatomía, de la patología y de la enfermería propedéutica. Al principio sintió haber cometido el peor error de su vida por haber dejado pasar aquella oportunidad de cambiar la clave mal escrita. Pero ya estaba a bordo del barco, y si intentaba bajarse, sin lugar a dudas se ahogaría. Entonces se giró hacia la cubierta y vió que aquello no era tan malo; se trataban enfermedades, partes del cuerpo y demás parénquima sintetizada, estéril y dizque médica. El jovencito se deshizo del "dizque" para decir "médica". Ahora ya poseía unas bases muy simples de lo que aquella carrera técnica trataba.
Los cuatro principios fundamentales de la enfermería se le grabaron bien adentro de su mente. Y hasta la fecha, según cuentan, permanecen ahí como la marca de un fierro caliente que quema la piel del ganado. En ese sentido, los fundamentos de la enfermería sellaron su mente tierna y se la apropiaron con una celeridad absoluta y franca...Se vino el cuarto semestre, las especialidades de la enfermería resultaron para él tan simples como apagar un fósforo con el aliento. Ya no cabía duda alguna de que aquel jovencito formaría parte de las legiones blancas y planchadas de la enfermería. Entonces trajes quirúrgicos, jerga médica, libros especializados, glucosa, aminas, drogas, y demás fiesta de medicina llenaron su ordenado ser. Pero muy adentro de él, algo rico y delicioso manaba sin detenerse. Pero se venían las patologías y el flujo de su ser se opacaba y se agazapaba en el fondo de sus ojos. Y así, sin dejar de ser, aquello permaneció ahí. Constante.
Tres años después de que cometió aquel desmesurado error de escribir una clave que no era, se le vino la hora de terminar la carrera y el bachillerato. Ante la secretaría de salud ya podía ejercer en sus sacrosantos y pobres escenarios hospitalarios (aunque mostró facilidad de nadar por los pasillos con olor a bilis desde mucho antes) y así sería. Para obtener su título de Enfermero General debía devolverle a la patria lo que esta le había brindado. Haría el servicio social. Pero antes de que pisara su hospital encomendado, ese algo, ese aquello surgió como violentamente mana la lava del cráter de un volcán en activo. Ese algo se sobrepuso al hospital por un instante, luego volvió en sí...y se dio cuenta que aquello y enfermería debían permanecer juntos para siempre, si querían vivir tan bien como habían vivido hasta entonces. Luego, enfermería y literatura se juntaron, y fueron como inseparables hermanas; como el alma de un ser viviente, el espíritu que llena lo estéril y lo inerte. Se polimerizaron tan ferozmente que cualquier intento de separarlas, causaba un dolor inmenso en el corazón del chico, por lo tanto, decidió abrazar a las dos y hacer de ellas, su vida para siempre.