jueves, 8 de diciembre de 2011

Freund!


El calor de sus brazos delgados,
el aroma dulce de la paz delirante. 
Paz, protección, ínfula dorada, vino destilado,
vida que palpita, sosegada bajo aquella
                                   mirada suya. 

Ojos claros traídos del fondo marino,
corazón claro de grandes candores,
aquí habita la miel del humano,
entre el yugo de la sed nonata;
seno materno entre el uno y el otro. 

Abrazo; nariz con codo,
palmas y espalda, 
tatuaje
que no se borra,
tinta indeleble 
de lo que fue investido 
con una divina capa de oro
                                   refulgente. 

Estatura, órganos de vida, 
sed que mana de ventrículos
inundados de sangre ardiente. 
Palpitaciones que curan la muerte,
indestructibles, los muros,
inexpugnable su piel cereza,
blanca nieve de tez pálida. 
Morada de dos esencias
que se compaginan entre
                                   el destino. 

Inseparable la memoria
del dolor, 
del abrazo tuyo, 
de tu aroma, 
amigo. 

Tu regazo hallado en el fondo
de una caverna de olvido,
un suspiro apaciguado 
de lágrimas contenidas. 
Sangre,
una esmeralda chorrea 
al suelo
                                   y
                                   desaparece. 

Calor del vientre, de tórax
de tu cuerpo de dulce aroma. 
Textura de la tela que cubre
tu desnudez impoluta roza
mis labios, mejillas, miocardio. 

No hay palabras, sólo consuelo. 
Sólo consuelo, sin palabras. 

Existe un vino añejo en la tierra, 
tan añejo como la tierra misma. 
Dulce aroma, picor de fruta, 
alimento extravagante, tropical, 
                                   delicioso. 

Brazos que respiran
y dejan respirar
el yugo
de tu vida, 
de tu corazón, 
de ti, 
mi amigo. 

De mi amigo
y su abrazo
                                   sempiterno. 



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