miércoles, 30 de noviembre de 2011

Ritenuto

Una probadita del primer CD de Juan Pablo Aldaco. 

Let's decrease the tempo...
ComScore

jueves, 24 de noviembre de 2011

"La mujer que no se vistió de luto" (Fragmento) de José Bermúdez Hindemburg




Son borrones de pincel. Imágenes que no concuerdan, que se sobrepasan de sus contornos como un río que desborda su estrecho cauce. Sensaciones furtivas que confunden la propia mente. ¿Son reales? ¿Son falsas? Como sombras, como bruma, como una espesa niebla que le arrebata el rumbo al navegante. Era, quizás, mi mente muy pequeña para que poseyera la incauta necesidad de recordar las explosiones y los retumbos de esa guerra que duró poco más de un año. Cuando más pequeña era, tenía recurrentemente esos sueños. Veía por las noches aquellos destellos de luz oscura. Eran los retazos de un film de destilado de terror. De ahí que vienen esas sombras que asaltaron mi precoz infancia, y que poco a poco, fueron desapareciendo a medida que el sol se fue colando entre las primeras imágenes indelebles que tuve de Lord Ángelo y Lady Marie cuando por fin salimos de aquel escondrijo subterráneo.
Pero ¿qué fue exactamente lo que sentí cuando el reportero dijo «ataque de terrorismo»? Sólo miré a mí alrededor. Los gemelos, Lady y Bruno miraban casi con la boca abierta al telediario mientras Lord declaraba los hechos con un dejo de condescendencia nacional. ¿Qué más? Lady Marie salió corriendo hacia el cuarto de baño, Bruno trató de alcanzarla pero no logró siquiera tomarla por el brazo; Lady Marie se había escabullido rápidamente en un lugar bastante estrecho. Los miré. Los miré y no dije nada. «Cabe la posibilidad, aseguró el ministro de Guarda Civil, de que esto que aquí ustedes ven... sea un ataque de terrorismo.» Entonces fue como si mi cuerpo se hubiera disuelto en arena, y el viento la hubiera arrastrado hasta el extremo más lejano del universo. Igual que si las moléculas que conformaban mi cuerpo se hubieran separado las unas de las otras para que más tarde, se conglomeraran en algún otro espacio.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Tan sólo en la imaginación


Por: José Bermúdez Hindemburg. 
"En este momento, la Iglesia necesita un guía que tenga fuerza para traer grandes cambios al mundo. Que busque la conciliación con todos. Que tenga para todos, amor y capacidad de comprensión. 
Pido perdón al Señor por lo que estoy a punto de hacer. Y no sé si sabrá perdonarme. Pero tengo que hablar al Señor y a vosotros con sinceridad: Estos días he pensado mucho en vosotros y por desgracia he comprendido que no me veo capaz de desempeñar el cargo que me ha sido confiado. Me siento entre aquellos que no pueden conducir a la gente, sino que deben ser conducidos. En este momento tan sólo  puedo deciros que recéis por mí. El guía que vosotros necesitáis ahora no soy yo. Lo siento, pero no puedo ser yo." *

El 26 de agosto de 1978 se eligió al cardenal Albino Luciani como el 263er sucesor de Pedro en la tierra. Se hizo llamar Juan Pablo I. El papa de la sonrisa. Todavía no entronizaba en la cátedra de Pedro cuando ya había instaurado cambios, rechazaría la coronación y la tiara papal en la ceremonia. Esto iba en contra de la Constitución Apostólica proclamada por su predecesor. Los aires que su novísimo pontificado llevaban un gran dejo de reformas y cambios. Y a la Iglesia Católica Apostólica y Romana nunca le han gustado los cambios. Treinta y tres días después de la fumarola blanca sobre la capilla Sixtina, Juan Pablo I regresó a la casa del padre, terminando así el cuarto pontificado más breve de la historia. Desde entonces, se han levantado múltiples hipótesis en torno a su muerte. La santa sede, en un comunicado, afirmó que falleció de un infarto en su cama. Pero las palabras que había plantado como pequeñas semillas en el corazón de los fieles, probablemente, le comenzaban a cavar una tumba que ya no tardaba en ser estrenada. Una de sus más polémicas declaraciones fue la que hizo acerca de la homosexualidad y las uniones entre parejas del mismo sexo:

“Debemos encontrar el gran coraje dentro de nosotros, dejando de lado el prejuicio y el odio que ha sido implantado por nuestros antepasados cristianos, y debemos sostener esta clase de unión santa, en la confianza santificada ante Dios Todopoderoso siempre que esto exista entre cualquiera de los hijos de Dios: entre el hombre y la mujer, o blanco y negro, o cristiano y judío, o creyente e incrédulo, o alemán y ruso, o derecho y plebeyo, o virgen y divorciado, o hombre y hombre, o mujer y mujer, o hermafrodita y eunuco, o lo que sea.”

De lo anterior podemos destilar una sola premisa: La Iglesia Católica, en ese momento, no estaba lista para un cambio tan profundo que implicaba defender la propia razón incluso si íbamos en contra de nuestro padre, pareja, político, o Dios. Así lo dijo Juan Pablo I, el papa “Gay Friendly”.
Han pasado 33 años desde aquel pontificado que terminó en desgracia. Su sucesor, el Beato Juan Pablo II dejó de lado las ideas de Luciano y regresó a los aires del incienso consagrado. No por esto no propuso un gran cambio en el mundo del siglo XX, pero fuera de eso, el espíritu revolucionario de Albino terminó por consumirse igual que un pabilo olvidado. 
Año 2011 y la Iglesia sigue sin comprometerse a grandes cambios. O al menos, el filme “Habemus Papam” de Nanni Moretti (Francia, Italia 2011) es lo que nos trata de decir con su ¿y qué hubiera pasado si...? El filme es una retrospección a la semana que siguió a los funerales del Beato Juan Pablo II. ¿Qué hubiera ocurrido si Ratzinger, el predilecto para ocupar la silla de Pedro el Apóstol, hubiera sido ensombrecido por la elección de un cardenal ignoto para la mayoría de las personas? Y que este nuevo papa, al momento de dar la bendición Urbi et Orbe sufriera un ataque de pánico, ¿qué ocurriría?
A Moretti se le antojó plasmar en el celuloide un filme en el que el recién electo papa sufriera una crisis existencial que lo llevaría a huir de las murallas vaticanas (y quizá de un psicoanalista ateo) por tres días. En estos tres días se fijaría como meta recordar. Recordar aquello que quiso ser y por alguna razón no pudo. Encontrar una razón, un gancho del que quisiera pender el resto de su vida. Después ya regresaría con una mente más clara, aireada y fresca.
No es un filme en el que predominen los sarcasmos, ironías e imágenes caricaturizadas de la curia romana, es en cierto modo, vista desde un punto neutro que da una especial cabida a la percepción propia del cine espectador. Sin duda, una película que vale la pena ir a ver a los cines, y justo saliendo de la sala, ponernos a meditar sobre el mensaje.

Y sí, como dice la esperanzadora canción de Mercedes Sosa, incluida en el film:
                                                                                                                    
“Cambia, todo cambia.”


Trailer y Ficha Técnica


Título original: “Habemus Papam”
Director: Nanni Moretti
Actores: Nanni Moretti, Michel Piccoli, Jerzy Stuhr, Renato Scarpa, Margherita Buy
Guionistas: Nanni Moretti, Francesco Piccolo, Federica Pontremoli
Año: 2011
Duración: 102 min
País de producción: Francia / Italia
Web oficial: http://www.habemuspapam.it


*Diálogo de la película. 

Círculo perfecto


A las 5:30 de la mañana se levantó Santiago Nasar.
Ese día lo iban a matar.
Todos lo sabían.
Menos él.

A las 5:30 se levantó Santiago Nasar. Con un ademán se despidió de la madre y salió a encontrarse con su destino. De la boda de un día anterior todavía llevaba el traje puesto, pero no había cargado con el fuego de su arma, que bien le hubiera servido cuando Pedro y Pablo Vicario le interceptaron a la vuelta de la esquina con sus cuchillos para matar puercos.

“— No se moleste, Luisa Santiaga —le gritó al pasar—. Ya lo mataron.
— Santiago Nasar —dijo.
— ¡Mataron a Santiago Nasar!
...Entró en su casa por la puerta trasera, que estaba abierta desde las seis, y se derrumbó de bruces en la cocina.”

En una tierra del Caribe se contaba un secreto de oreja en oreja. Que iban a matar a Santiago Nasar los hermanos Vicario. ¿Por qué? Por haber profanado la virginidad de una mujer. ¡Ay las mujeres de García Márquez! Parecen un prodigio celestial al principio; saben bordar, tejer, escribir esquelas de compromiso, pero al final, develan un ignoto secreto. ¡Que ya no era virgen! Lo supo su esposo, Bayardo San Román, en la noche de bodas. ¿Quién lo supo? Todo el pueblo. Todos sabían que iban a matar a Santiago Nasar.

Menos él.

Es una historia larga, una crónica, para ser exactos. La cuenta el sobrino de Wenefrida Márquez. De cómo y por qué, los hermanos Vicario resolvieron con dar muerte a Santiago Nasar. Es una tierra en donde las noticias no pueden ser contenidas por tanto tiempo como la respiración; en cualquier momento la persona termina por abrir la boca: por respirar. Y así se van dando las verdades. Una por una, hasta el desenlace que se presenta desde el principio. Sabemos que lo van a matar y que lo matan. ¿Pero cómo? He ahí el meollo de la situación.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Infatuation


Como en un espejo: dos imágenes borrosas se escinden de la colonia Roma. Clases sociales, unos arriba, encima de los de abajo. Los ricos y pobres se avientan miradas que no les alcanzan para cruzarse del otro lado. Y la ciudad se roe con el corazón de Carlos; Carlitos. El pobre niño enamorado de la madre de su camarada en las batallas en el desierto. 
Fue una tarde, de esas tardes escolares en las que se invita al compañero, amigo de al lado para almorzar en casa cuando sucedió la infatuation, léase, de la traducción del inglés: estado en donde la persona se ve sumida en el más profundo sosiego fundado irracionalmente en el amor. Y así, fundado en la premisa anterior, Carlitos le dijo a Mariana «...estoy enamorado de usted.»  Y ella: «Te entiendo, no sabes hasta qué punto. Ahora tú tienes que comprenderme y darte cuenta de que eres un niño como mi hijo y yo para ti soy una anciana: acabo de cumplir veintiocho años. De modo que ni ahora ni nunca podrá haber nada entre nosotros. ¿Verdad que me entiendes? No quiero que sufras. Te esperan tantas cosas malas, pobrecito. Carlos, toma esto como algo divertido. Algo que cuando crezcas puedas recordar con una sonrisa, no con resentimiento. Vuelve a la casa con Jim y sigue tratándome como lo que soy: la madre de tu mejor amigo. No dejes de venir con Jim, como si nada hubie­ra ocurrido, para que se te pase la infatuation -perdón: el enamoramiento- y no se convierta en un problema para ti, en un drama capaz de hacerte daño toda tu vida.»*
Pero el daño, hace días que estaba hecho. Quizá no era un daño corpóreo, pero, ardiendo como el tacto de un garfio caliente, Mariana estaba tatuada en el corazón de Carlitos; y de allí no se borraría, ni siquiera cuando la mujer tuviera ya ochenta años.
De despedida: un beso. Mariana le da a Carlitos un beso en la mejilla, un premio de consolación. La edad los separa, probablemente también el sentimiento. Carlitos, un niño que apenas va en la escuela básica, el hijo jamón de un sándwich que se acompaña con sidral de manzana, o sea: el hijo de en medio, el depravado, el insano porque su amor traspasa las paredes de moralidad que hasta entonces se consideraban inexpugnables; de castigo se iría a encerrar con el psiquiatra y con el cura que le enseña (sin querer) los malos tactos de los que Carlitos no logra obtener ningún derrame.
Pero ya algún día, la vida, o el destino mismo, o un mensajero ignoto le llevaría hasta el cruel e  incierto desenlace de esa historia que inició al grueso calor del recreo, mientras dentro de sus entrañas se llevaban a cabo las batallas en el desierto.


*Emilio Pacheco José, Las Batallas en el Desierto, México, Era, 2004. 

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Ulterior

Hoy comprendí algo realmente sorprendente y revelador.

Fue mientras leía la parte final de la novela "Tinta Violeta" de Eve Gil. Lágrimas que acudieron al instante sin siquiera dudar del tiempo y espacio. Escurrieron impetuosas, largas, finas y delgadas como hebras de lana deshilvanándose, dejándose llevar por la suavidad de una vetusta rueca. Leía, releía ese párrafo que terminó por desgarrarme a un personaje que ya consideraba como algo indispensable en la trama del libro: Kazuyo. Kazuyo muerta. La imagen de su semblante estático, como hecho de una cera especial que no se corrompe; quizá sus ojos están abiertos, mirando las estrellas de esa noche estrujada por las garras de Izanami. Y ya no despierta, ni siquiera el vientecillo aduraznado le devuelve el color de su piel mexicana; ya no despierta: está muerta, muerta, muerta. Duerme plácidamente.

Kazuyo...

Y Cho no le dijo que la amaba. ¿Por qué? Porque esta cruenta sociedad colocó el protocolo, y la princesa no puede amar a su doncella, a su aya, aunque la ame sobre todas las demás cosas. Aunque lo sienta. Y ahora, ya no está.

Kazuyo...

Esta sociedad, este cúmulo de personas que nos rodea tiene esa gran manía de escindir nuestros actos en buenos y malos, en los que están moralmente bien vistos y en los que es preciso escupir con todo nuestro fervor de buena persona. ¿Hasta dónde debemos de llegar? ¿A dónde nos dirigimos con esto? ¿Llegaremos un día a el tiempo en el que hasta el amor sea prohibido, mal visto? Es posible, por como están las cosas, es muy posible. Entonces amor será la estela distante que alguna vez nutrió los corazones del mundo, y que a esos días, yacerá enfrascado en algún búnker oculto bajo cien capas de piedras y lodo, odio y venganza.

¡No! No quiero que suceda eso, mil veces morir antes que ver ese apocalipsis.
¡No! Yo no quiero perder a alguien sin antes haberle dicho lo que sentía por esa persona.
¡No! Me niego a formar parte de las huestes que buscan hacer del hombre una máquina, mano de obra que no requiere aceite ni alineación de ejes o cromado de rieles.

¿Por qué vivir la vida que otros quieren que vivamos?
¿A quién tratamos de complacer exactamente?
¿A nuestra mamá o papá?
¿A nuestra religión?
¿Al Dios eterno?

¡NO! Yo quiero ser feliz, porque así lo deseo. Porque es MI vida, enteramente mía. Y si no tengo una escritura de ello es porque este mundo moralista nos une con un cordón umbilical transparente a los hilos de marioneta de nuestros padres, de nuestras familias. ¡Que somos de ellos cuando no es así! En ese caso, ¿necesitaríamos acaso de raciocinio? ¿De capacidad de pensar?

Entonces..., ¿entonces qué?

Entonces haz lo que quieras, sonríe, come pan, siente culpa, come pan otra vez y haz ejercicio. ¡Mastúrbate! Mira películas a media noche, cuídate, corre, has tarea, estudia, acaricia un gato o un perro, ayuda a quien te necesita, ama. ¡Ama hasta que duela!, como decía la Madre Teresa de Calcuta. ¡Hasta que duela, hasta que cale!

¿En alguna de estas acciones le haces daño a alguien?
No lo creo.

Citando sabias palabras:
“Nunca tengáis miedo de defender que tenéis razón incluso si vuestro adversario es vuestro padre, vuestra pareja, vuestro profesor, vuestro político, vuestro predicador, o hasta vuestro Dios”

Juan Pablo I


lunes, 7 de noviembre de 2011

Neblina

Suena: "Imagina lo prohibido"
de Juan Pablo Aldaco

La ceguera: algo realmente inimaginable. ¿Se imaginan no ver nada? Nada, en verdad. Ni siquiera la bóveda oscura que rellena nuestras pupilas si cerramos los ojos con fuerza. Pero así, de no ver que ni nada, es algo que tan solo de pensarlo, me dan calosfríos.
Y aunque nos lo imaginaramos, sería simplemente una éterea ilusión de lo que la ceguera es.

Para mí, el sentido de la vista es el más importante porque gracias a él, puedo procesar imágenes y después, plasmarlas en papel. Sé cual es el color rojo y el azul, como es un perro y un gato, diferenciar a un hombre de una mujer (aunque en el metro se complican las cosas) y cosas por el estilo. ¿Pero cómo le hará una persona que no ha visto luz en toda su vida? Me es difícil imaginarlo.
Hoy, llegando a la universidad vi a un invidente rebuscando el suelo con su bastoncillo de caña; las personas le pasaban por los flancos, absortos en sus propios pensamientos, y el hombre que no ve la luz decía al sentirlos cerca "¿Dónde queda la salida?" ¿Dónde queda qué?, le pregunté para rectificar lo escuchado. La salida, me respondió. Está del otro lado, por acá; y lo tomé del brazo. Llevaba una chamarra de esas de tela sintética que sisea al tacto, tenía sus pupilas sumergidas en dos blancos pozos inescrutables. Caminé así, tomándolo por el brazo, hasta la entrada. -Viene un escalón, le decía cuando nos aproximabamos a un peldaño; y él, lentamente maniobraba con su bastón de caña para posar su pie sobre la calle. -Mejor te pongo mi mano en el hombro, me sugirió, y entonces recordé múltiples escenas del metro, en donde los pasajeros guiaban a los invidentes a través de los pasillos multidireccionales. -Sí, está bien -le dije, y continuamos andando hasta la parada de autobuses.

¿Y si nadie le hubiera ayudado a llegar al camión?, me pregunté al camino de vuelta a la universidad. ¿Seguiría allí, girando sus pies sobre el mismo punto, cercano a un jardín que estaba más que alejado de la salida? ¿Sin nadie que lo ayudase?... Todos pasaban de largo, sin siquiera reparar en su presencia, como si no estuviera ahí.
Entonces sentí miedo.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

El timón del gran barco de vapor.


Queridos lectores,
Ya pasó muchísimo tiempo desde que escribí en este blog, bla, bla, bla...lo típico; ya saben. Y de verdad les ofrezco una sincera disculpa. Trataré -bla, bla, bla-, de escribir entradas más a menudo, pero es que si supieran cuantos cambios ha tenido mi existencia, wao, para qué les cuento. Además, cuando uno está tan feliz, desea prolongar esa felicidad, que hasta se olvida uno de ciertos asuntillos. Y de escribir sobre las paupérrimas personas de este mundo ya ni se antoja, así que mejor me he concentrado en una novela. Sí: ya he terminado completamente mi primera novela titulada "La fuente roja", y con esto, siento que doy un gran paso hacia el amplísimo universo de la literatura. Es como si hubiera procreado a un hijo al que tanto quiero, pero del que me tengo que alejar por un momento, porque ya ha crecido, incluso, se ha ido, para irse en busca de lo que ellos encontraron.

E insisto, cuando uno está feliz, ni dan ganas de escribir, ni de hablar ni de nada, más de seguir siendo feliz. Escucho entre unas suaves cuerdas y tamboriles a la más pura trova:

Hoy me vino la gana, que no las musas
hoy no tengo pretextos ni disculpa para cantarte a ti
para escribirte un verso y descolgarte desde aquí
hasta las ganas de la mañana ya por venir.

Hoy primero del segundo del año
mientras esta mujer rompe el espacio para inventarse al fin
para mirarla toda en el silencio y de perfil
tomo sus manos como escenario para existir.

Y es que no importa que digan
que está trillado
hablar de amor que maldigan
si no han probado
la noche en sus brazos de sol.

Se detiene el reloj sobre nosotros
caen las diez que resbalan por sus hombros y se cuela la luz
que se enreda en tu pelo pero la liberas tú
oro y diamante por un instante de tono azul.*

Realmente, he comprobado, (imagínense, un aspie diciendo esto), que a veces los cambios son buenos, sanos y en ocasiones, necesarios. Y en efecto: ya era necesario un cambio en mi vida. Requería tomar las riendas de mi timón e irme navegando por el sinuoso mar. Ese lugar en el que no te puedes anteponer a las situaciones porque en un segundo la situación gira 360° y aquí lo imperativo es encontrar una rápida solución o respuesta, porque la vida sigue y no se detiene; me he dado cuenta.
La canción de más arriba la escuché la noche del domingo mientras nos veníamos (mi tía, mi abue y yo) de la Álvaro Obregón para la casa sumidos en la paz más embriagante que haya sentido en los últimos meses. Sí, ya tengo tía; y otra abue, la mamá de mi papá. Los he conocido porque me vine a vivir a la capital para estudiar lo que más amo en la vida, porque es tan infinito como el extenso cielo y la imaginación: la literatura. Estudio la Licenciatura en Creación Literaria en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, y déjenme decirles que por momentos, me siento como Billy Elliot entrando a la Royal Ballet School. En fin, yo y mis patologías.
Estudiar Creación Literaria y ejercer Enfermería me hace sentir la persona con más dicha sobre la tierra; mis pacientes salen adelante, las enfermeras me dan ánimos de seguir adelante (la mayoría de ellas, claro está), y el hecho de desenvolverme tan fluidamente en el área hospitalaria me llega a sorprender, y digo: ¿cómo hice eso?... "Que la emergencia no les gane", nos decía David, jefe de PC, antes de salir a alguna emergencia prehospitalaria. Segurito que eso se me quedó tatuado, y yo que ni cuenta me di.
Aquí brilla otra(s) personita(s) más en mi pedacito de cielo: David..., David y el Equipo de Protección Civil (cási todo, está claro) porque en el momento en el que no tuve para donde jalar, y que mi genealogía se mostró de hombros encogidos y ojos ciegos, ahí estuvieron: apoyo moral, económico, sentimental; apoyo, a fin de cuentas. Y eso, lo atesoro tan adentro de mi ser, que me da miedo que en cierto punto, de lo profundo que está, se me vaya a perder.
Tres meses y dos semanas viviendo en la capital de las noches sin estrellas, porque el smog parece salir transpirado de las callezuelas que como grandes arterias, iluminan el valle citadino. Sigo vivo, respirando, mi corazón palpita y tengo a mi alrededor a personas que nunca me imaginé conocer. La otra familia, decía yo. Los que viven por allá y que no conozco, pensaba. ¡Cuán errado estaba al imaginarme que moriría sin saber mi origen paterno! Hasta risa me da el hecho de pensarlo de nuevo. Pero eso ya se ha quedado en el pasado.

Por fin conocí a la escritora sonorense Eve Gil. Me la imaginaba un poco más bajita, y cuando me paré frente a ella dije: madre mía, pero si es altísima. Obviamente cabe señalar que soy un vil pitufo de uno sesenta y dos, ni más ni menos. A Eve la acompañaba su esposo, el poeta Ramón I. Martínez y su hija, Murasaki, a quien por alguna extraña razón, identifiqué  como tal. Un amplio séquito le hacía guardia mientras firmaba libros, y me llegó el turno de la fila en posar frente a ella. "Soy José", le dije, y de inmediato sacó un ejemplar de Tinta Violeta, lo firmó con su letra de médico consumado y me lo entregó. De nervios me temblaban las manos...
Ese mismo día, unos minutos después de que la presentación de Tinta Violeta hubiera terminado, reconocí a otra grandiosa escritora, (aunque ella diga que no, yo digo que sí) Judith Castañeda Sauri, quien también me regaló un ejemplar de su libro Aire Negro a lo que siguió su autografo (sí, no le han venido a jalar las patas) y a un episodio de grandes abrazos. Nunca antes (bueno, con mi amigo Irving sí) había sentido un abrazo tan afectuoso que hasta ganas de abrazarla me dieron otra vez.

¡Tantas, pero tantas cosas de las que podría hablar! Sin embargo, mi blog no sería suficiente para eso. Pero lectores, sigo vivo, y pronto, muy pronto, sabrán algo más de mi.

Salud y Prosperidad...
*Canción: Brazos de Sol, de Alejandro Filio.